viernes, 23 de noviembre de 2007

LAS CALLES DE PINTO




Nuestro conocido Javier Ortiz, cuya foto os adjunto, publicó este verano en El Mundo un artículo que reservé para comentar ahora en clase. Hace referencia a Pinto y a un tema polémico. Debéis imprimir el texto para poderlo utilizar en la clase del martes 27 de noviembre.




Leo que el Ayuntamiento de Pinto ha decidido que las calles de la ciudad no lleven nombres de políticos. Varias, que habían sido bautizadas en homenaje a los ex presidentes del Gobierno de España y a los diputados que llaman «padres de la Constitución», van a pasar, o han pasado ya, a recibir nombres de artistas renombrados.
Es un criterio discutible.
Me resulta francamente encomiable la decisión de no poner a las calles nombres de políticos. Los vecinos de Pinto -como cualquier hijo de vecino, en general- tienen derecho a que no les obliguen a vivir bajo la advocación de individuos cuyo mero recuerdo lo mismo les repatea.
Alguna vez he comentado el caso llamativo de Santander, ciudad que es posible recorrer de norte a sur y de este a oeste sin dejar de pisar calles con nombres con referencias franquistas o, al menos, militantemente derechistas. Pero es que también pueden plantearse otras muchas hipótesis: que el vecino sea de derechas y le toque vivir en la calle Carlos Marx, o que sea nacionalista vasco y le restrieguen por las narices a diario el nombre de Indalecio Prieto, o que sea nacionalista español y le fuercen a difundir con sus tarjetas el nombre de Sabino de Arana Goiri.
En lo que no estoy de acuerdo con la decisión del Ayuntamiento de Pinto es en su idea implícita de que los nombres de otros personajes famosos, no políticos profesionales, están exentos per se de conflictividad político-ideológica. Por ejemplo: ha decidido mantener el nombre de la calle que lleva el nombre de Juan Pablo II, que fue jefe del Estado vaticano y por ello tan político como el que más. Su figura fue y sigue siendo muy polémica. En mi círculo de amistades, por lo menos, no goza de demasiada popularidad. Lo mismo podría decirse de muchos artistas, escritores, compositores, músicos, etc. A mí no me haría nada feliz vivir en una calle que llevara el nombre de Gerardo Diego, pongamos por caso. ¿A cuento de qué he de contribuir a homenajear a un señor que escribía sonetos alabando a la Falange y a la División Azul?
Puesto que lo de los nombres de las calles y los números de los portales no es, en realidad, sino un sistema para permitir la localización de las viviendas, ¿por qué no adoptar métodos asépticos, sin más historias? En muchas ciudades de los EEUU aplican un recurso muy socorrido: las llaman por números. Tiene la ventaja adicional de que así sabes mucho mejor dónde te encuentras: si vas a la 5 y estás en la 2, te faltan tres para llegar. Y si vives en la 5 y hay un golpe de Estado fascista, tu calle sigue siendo la 5 (si es que no te mandan a un campo de concentración, claro).
De modo que mi punto de vista no coincide realmente con el aplicado por el Ayuntamiento de Pinto. Mi opinión está, como quien dice, entre Pinto y Valdemoro.
JAVIER ORTIZ: EL MUNDO 25 DE AGOSTO DE 2007.

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